La historia del auge de Ciudadanos tiene un punto de inflexión que explica gran parte del fenómeno que fue: el marketing político. Gracias a él consiguieron dar a entender que era un partido nuevo aunque en realidad fuera más viejo que aquel al que había venido a sustituir. Para entender esto hay que remontarse a 2006, cuando consiguen su primera representación institucional (tres diputados en el Parlament catalán), un año antes de que naciera UPyD.
Durante los siguientes ocho años su meta consistió en sobrevivir a la formación de Rosa Díez, que poco a poco iría viviendo sus momentos dorados (llegada al Congreso, algún diputado autonómico, grupo parlamentario propio). No sería hasta 2014, el año en el que el descontento por la crisis de representatividad tras el 15M cristalizó en formaciones políticas, cuando dieron el salto. La ‘renovación’ se convirtió en el gran argumento político, y supieron enfundarse en ese disfraz con mensajes innovadores y candidatos jóvenes y telegénicos. El naranja acabó por brillar más que el magenta gracias, de nuevo, al marketing político.
Desde entonces, Ciudadanos ha conseguido representación en el Congreso y el Parlamento Europeo (desde 2015 hasta ahora) o el Senado (durante unos meses en 2019). Además, ha logrado asientos en casi todos los parlamentos autonómicos. Lo consiguió en dos tandas: su gran salto en 2015, primero con peso específico en Cataluña y Madrid, y después ampliando su presencia, primero en 2018 cuando entra como socio de gobierno en Andalucía, y después en mayo de 2019 cuando logra hacerse un hueco en Canarias, Castilla-La Mancha y Navarra (en coalición con PP y UPN). Sólo se han quedado fuera en Galicia y País Vasco.