Pero con el final de la UCD el centro no desapareció, sino que se reconvirtió. De hecho, el verdadero mérito del centro es que, ya madurada la democracia, se convirtió en otra cosa: un espacio político que ganaba elecciones. Ojo, no un partido que ganaba elecciones, sino una idea que decantaba la balanza para que otros las ganaran. Durante mucho tiempo el PSOE ganaba si conseguía conquistar el voto de centro, igual que el PP logró llegar a la Moncloa precisamente porque supo decantar ese espacio.
Había quienes eran de derechas, y votaban a AP, y quienes eran de izquierdas y votaban al PSOE. Pero, sobre todo, había una enorme masa de gente que no era de ninguno, sino de cualquiera. Los ‘indecisos’ se les suele llamar, aunque en realidad sí que deciden, y en el momento tomaban la decisión de apoyar a uno u otro decidían quién gobernaba.
¿Cómo de grande ha sido esa masa de votantes? Es complicado cuantificarla, porque en esa masa de ‘indecisos’ pesa mucho la participación.
Si se echa un vistazo a las variaciones en la participación electoral (cuánta gente vota o se abstiene) se ve que aumenta la participación cuando hay cambios políticos de peso, salvo dos excepciones: en 1993, cuando subió la participación aunque no hubo cambio de Gobierno (pero casi) y 2011, cuando no subió pero sí lo hubo.
En realidad, corresponde a voto que se moviliza (o, como en este último caso, se desmoviliza): gente ‘central’ que no es un incondicional de un partido, sino que vota sólo cuando tiene una opción clara. En sentido contrario, hay mucho votante ‘prestado’ a los partidos que dejan de votarles si no tienen incentivos para hacerlo (si la situación no lo requiere, vaya).