Estábamos hablando de música y te pones a improvisar sobre programas electorales. Bueno, es que la política también es como el jazz: admite derivadas y tangentes. Y en realidad hablar de programas aquí tiene sentido, porque la ortodoxia de una ideología se basa justamente en eso, en elaborar un ‘contrato’ que tienen que seguir sean cuales sean las circunstancias. Y ya se ve que hay partidos más ortodoxos que otros. Programa, programa, programa,
que diría Anguita.
Pero claro, cada ideología tiene dentro de su ortodoxia una parte realista y otra menos realista, en función del momento. Sirva como ejemplo un intercambio de tres tuits de hace días, cada uno respondiendo al anterior:
Un rasgo actual en la izquierda de la izquierda: realismo en relaciones internacionales (“los intereses son los que son, y Rusia tiene los suyos, es duro pero hay que reconocerlo”). E idealismo en política doméstica (“hay que cambiarlo todo y se puede porque es legítimo”) -
Ramón González Férriz
En el extremo centro las tornas se invierten: híperrealismo en la política doméstica (no subamos el SMI no vaya a ser que…), idealismo en las relaciones internacionales: exportemos la democracia a cañonazos (Irak), que la OTAN llegue a Moscú y no nos preocupemos del gas… -
Enric Juliana
Pienso que no hay consistencia ideológica, sino que va por casos. En el Sáhara Occidental o Yemen, las posiciones realista/idealista se intercambian. Son dos paradigmas más útiles para elaborar esquemas que para entender la realidad -
Jorge Tamames
Por si esto no fuera poco, aquí llega la segunda gran cosa que ha cambiado en la política actual: ahora casi nadie gobierna en solitario y te toca alcanzar acuerdos con distintos actores para contar con la mayoría suficiente para sacar iniciativas adelante. Vaya, que te puede gustar mucho un estilo musical, pero a lo mejor tienes que llegar a consensos sobre qué poner durante el viaje para que todos los pasajeros vayan a gusto. Mi programa era uno, pero mis circunstancias acaban siendo otras.