Si estamos de acuerdo en que formamos una familia con alguien con quien somos afines -también, más o menos, en lo político-, es de esperar que en el hogar se desarrolle una visión del mundo más o menos homogénea por parte de los padres. Independientemente de qué signo tenga esa ideología, los hijos luego adoptarán la visión que quieran… casi siempre. Porque hay un condicionante que sí ejerce de aglutinador: tener.
Va una explicación sencilla: quien no tiene recursos aspira a tenerlos y educa a sus hijos para que luchen por escalar posiciones sociales; quien tiene recursos aspira como mínimo a mantenerlos, y educa a sus hijos con la esperanza de que puedan incluso aumentarlos. Hay, por tanto, cierta convergencia en la ideología: todos querríamos tener, aunque no todos podemos hacerlo. Unos aspiran a lograrlo, otros quieren conservarlo.
🌬️ Aspirar. Antes se daba por sentado que el voto obrero era de izquierdas. Ahora no es raro que en el extrarradio obrero de las ciudades, o en los PAUs de quienes quieren vivir con cierto estatus pero no pueden permitírselo, abunde una visión liberal de la vida. Los motivos son distintos, pero de nuevo convergen los intereses: como sus economías no son boyantes, pueden llegar a entender que si tuvieran más capital disponible podrían vivir mejor, de forma que los impuestos se ven como una carga y no una aportación al común.
Es la lógica de los llamados ‘perdedores de la globalización’. Unos, trabajadores de base, con economías limitadas y puestos de trabajo que ven amenazados por la inmigración. Otros, asalariados, pequeños empresarios o autónomos con formación que sienten que aportan más de lo que perciben porque reniegan de los recursos públicos en su búsqueda de estatus. Paradójicamente ambos son estratos sociales muy dependientes de lo público (educación, sanidad, transporte), si no siempre (los primeros) sí en el origen de su andadura vital (los segundos).
Este sondeo postelectoral en Francia lo ilustra bien: Le Pen ha tenido más votos de las clases más humildes (y también el voto rural), mientras Macron se ha llevado el de las elites (y también el voto urbano). Una representa el voto de protesta contra todo y el otro el voto elitista de quien ha triunfado desde el arrullo del sistema.