En estos días, como decía al principio, he estado de viaje con familia y buenos amigos que son como hermanos. Y eso a pesar de que somos muy distintos, con contextos y visiones muy diferentes de la realidad.
Ellos vienen del mundo de los negocios en un entorno profundamente competitivo, y educan a su prole en esa visión. En consecuencia, tienen una visión economicista de muchas cosas: sus premios por buen comportamiento pueden ser económicos (paga), aprenden a gestionar sus activos (hucha) desde edades tempranas y hasta piensan en formas de invertir (vendiendo cosas que ya no usan para comprar otras nuevas).
Nosotros, por contra, jamás damos dinero a nuestros hijos, que sí tienen ahorros pero no son para gastar en bienes de consumo (cromos, juguetes y demás) sino para cosas muy excepcionales.
Llegamos a la conclusión, entre risas, de que su casa es como un Estado liberal, con el que aprenden a crear y gestionar mercado, mientras que nosotros respondíamos a la lógica de la protección social tan Europea y española: no necesitas gestionar tanto porque nosotros (papá y mamá Estado) te dotamos de las cosas que necesitas, quedando tus bienes para cosas muy puntuales. Más ideología.
En realidad me di cuenta de esa transmisión involuntaria de visiones políticas mucho antes. Desde pequeños, y como forma de zanjar discusiones (“esto es mío”, “no, es mío”) siempre he repetido lo mismo: “en casa todo es de todos”. No es que no exista la propiedad privada (por supuesto), pero creamos un espacio compartido en el que las cosas se gestionan y comparten en común (de nuevo, bajo la supervisión de papá y mamá Estado). Bueno, en realidad digo “a casa tot és de tots”, porque les hablo en valenciano aunque son madrileños. Y eso, también, es ideología.
Y así, construyendo esos filtros, vamos llegando a la edad en la que se construye ideología de verdad. En la que te preguntan por las diferencias entre partidos políticos, por el motivo por el que “maricón” o “payaso” no deberían ser insultos pero lo son porque se usan para discriminar o hacer daño a alguien, o tienes que explicar cuáles son las implicaciones de decir que alguien es “negro” cuando hay quien usa un rasgo como forma de abuso.
Crear ideología es cuando llevas toda la vida diciéndole a tus hijos que de mayores ya decidirán con quién estar, sea chico o chica, que lo importante es que te traten bien, que aunque no estemos de acuerdo hay que respetar las normas o que describir a alguien por su apariencia física no es correcto. Y de pronto te das cuenta de que tu hija siempre te responde exigiéndote el femenino cuando usas un neutro. O que reaccionan con extrañeza cuando un mayor les dice “no, esto es mío” o alguien suelta una muletilla religiosa.
Y entonces alguien nos mira con una contrariedad similar a la que yo debía reflejar cuando aquellos niños me dijeron lo de los helados Royne. Porque todo, lo suyo y lo nuestro, es ideología aprendida.