Los análisis siempre habían apuntado a que los comicios catalanes no podían ser favorables para un partido de corte nacional, contrario al soberanismo y conservador. Sin embargo, Cataluña fue fundamental en la construcción del PP como fuerza de gobierno (para empezar porque Jordi Pujol hizo posible la entrada de Aznar en la Moncloa) y, en sentido contrario, ha sido clave para la destrucción de su marca porque otros han capitalizado la tensión territorial que crearon.
Por eso Ciudadanos fue el primer partido en la región, con 36 escaños, durante lo más duro del ‘procés’. Aquello supuso casi doblar el mejor registro histórico del PP. Y no sólo eso: la formación consiguió despegar en todo el país edificando su discurso sobre Cataluña. Dicho de otra forma: sin la tensión con el soberanismo que alentó el PP, Ciudadanos nunca hubiera despegado y el centro-derecha nunca se hubiera roto.
Pero quizá la consecuencia más problemática de aquello, ahora que Ciudadanos se ha diluido, llegó años después por el otro flanco: ante el derrumbe naranja y la debacle azul es el verde de Vox el que ha tomado posiciones. De nuevo, nadie hubiera apostado por que un partido de corte ultraderechista se acercara a las cifras que solía tener el PP precisamente en una de las regiones donde hay menor sentimiento español. Tampoco nadie hubiera previsto que un partido así estuviera en condiciones de dar la batalla por la hegemonía conservadora en el resto de España.
Y es que los errores del PP no sólo hicieron posible a Ciudadanos, sino también a Vox. Su primer líder, Alejo Vidal-Quadras, se opuso a aquel acuerdo entre Pujol y Aznar y acabó convirtiéndose en un paria, hasta que se fue. Tras él llegó Santiago Abascal, que siguió haciendo campaña contra el proceso con ETA de una forma que hasta le desubicaba en el PP vasco al que pertenecía. Una vez hecha la escisión el discurso de la unidad territorial sirvió de caldo de cultivo para su irrupción en 2018, y desde entonces ha sido imposible para el PP devolver ese toro al redil.